~ Nuestras máscaras ~

          Conocí al viejo Juanito cuando yo era un adolescente. Era de intelecto precario, pero cargado de la sabiduría que da la dura vida que le había tocado vivir. Rara era la tarde que no se sentaba, a coser o a pescar, casi a puerta de su casa en el barrio marinero. Allí íbamos, por las tardes, los chicos a sentarnos con él. Y yo, callado, escuchaba y aprendía lo que podía, de los relatos sobre su vida y lo que, reposadamente, consideraba de importancia vital contarnos ese día.

​

            Cuando se empezó a dar cuenta de que la luz de su vida ya se ocultaba por el horizonte, más se empeñó en contarnos historias. Quería que ellas nos hicieran completamente libres de una sociedad que no está preparada para los que quieren volar. Un día, caminando por la avenida, al ver ocultarse el sol me dijo: “pronto seré yo”. Desde ese día pasé muchas más horas con él, porque quería disfrutarlo “sin máscaras”, cómo a el le gustaba llamar a esos encuentros.

​

            Recuerdo que me contaba que, en su niñez, aprendió que en esta sociedad solo hay dos tipos de personas: los de arriba y los de abajo. En algún momento, me dijo, tendría que decidir cual quiero ser. “El de arriba”, le contesté. A lo que me respondió que podría ser cual quisiera y que de las dos formas se puede disfrutar si eliges la postura adecuada para ser feliz. Juanito nunca tuvo oportunidad de ser de los de arriba y, desde joven, aprendió a disfrutar con su arte siendo de los de abajo.

​

            Nunca he hablado con nadie tan claro como con él. Me describió con detalle cómo, para poder tratar con la gente, hay que ponerse una careta. Él se disfrazaba para ganar dinero, y esa pintura que cubría su rostro no le molestaba. Le hacía más daño la obligación de tener que maquillar sus ideales y sus deseos, para poder integrarse en un mundo en el que no encajaba. De sus charlas aprendí que yo, solamente soy yo, cuando estoy en la cama conmigo mismo. Y, a veces, ni eso, ya que cada uno nos ponemos nuestras propias máscaras para no sufrir la vida cotidiana. Por eso, el resto del día, me tengo que poner caretas que oculten mis pensamientos íntimos. Nadie es como parece ser y, si observas a la gente, nunca sabes si vienen o si van porque, a todos, nos persiguen nuestras propias sombras. Nunca huyas de los problemas dado que, solamente poniéndote debajo de la luz, harás que las sombras desaparezcan. Ese fue el último consejo que me dio antes de desaparecer.

​

            Allá donde estés, Maestro Juanito, me alegro que ahora puedas ser tú mismo y que sepas que superaste con nota el tiempo que viviste en este mundo, cubriéndote con una máscara para ser quien todos, menos tú, querían que fueras.